Historia del himno Si paz cual un río

Mientras navegaban el capitán del barco llamó a Horacio a la cabina, estaban pasando por el lugar donde, unos días antes, se había hundido el barco Ville du Havre. Horacio se fue a su camarote y comenzó a escribir.

Horacio Spafford y su esposa Anna vivían en la zona de Chicago. Horacio era un exitoso abogado así como un devoto cristiano. Sin embargo, una serie de tragedias azotaron a esta familia en la década de 1870. Fueron años muy difíciles para la familia Spafford. Perdieron uno de sus hijos que tenía apenas 2 años de edad. Poco después el gran incendio de Chicago en 1871, golpeó financieramente a la familia, destruyendo por completo las propiedades en que Horacio había invertido gran parte de su dinero. En una noche todo estaba destruido.

La familia necesitaba un respiro de esto, así que planearon un viaje para Inglaterra en 1873. Tomarían un descanso y también ayudarían en el esfuerzo en el evangelio del predicador Moody. Pero un compromiso de último momento impidió que Horacio pudiera ir en el viaje, sin embargo, para no echar a perder las vacaciones de la familia envió a su esposa y sus cuatro hijas en barco para Inglaterra y entonces él se saldría en unos días para acompañarlas.

El 15 de Noviembre de 1873, el barco Ville du Havre salió de Nueva York con destino a Inglaterra. El 22 de Noviembre, mientras navegaban las aguas del Océano Atlántico el barco chocó con otro buque, el Loch Earn, cerca de las 2 de la madrugada, hundiéndose en apenas 12 minutos y acabando con la vida de 226 pasajeros, entre ellos las cuatro hijas de los Spafford.

Unos días más tarde Horacio recibió la devastadora noticia por medio de un telegrama de su esposa que decía: “Salvada sola, ¿qué debo hacer?”. Inmediatamente Horacio reservó en el próximo barco que salía hacia Inglaterra para unirse a su esposa.

Mientras navegaba el capitán del barco llamó a Horacio a su cabina para decirle que estaban pasando por el lugar donde se habría hundido el barco donde iban sus hijas. Fue allí, mientras navegaban que Horacio escribió:

Si paz cual un río es aquí mi porción,
si es como las olas del mar;
cualquiera mi suerte, es ya mi canción:
«Está bien, con mi alma está bien».

Si oyeres a la voz del Espíritu Santo que te invita a venir a Cristo: “Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar”

Horacio sabía con seguridad que su alma descansaba plenamente en Cristo, su Salvador. Había puesto su confianza en Él y como os dice Romanos 5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Sus pecados habían sido perdonados por poner su fe en Él, como nos enseña 1 Timoteo 1:15 “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Por eso escribió:

Por más que Satán me tentare a mí, 
en esto consuelo tendré: 
que Cristo, al ver cuán perdido yo fui, 
en la cruz por mi alma murió.

Pecado llevó, y las gracias le doy; 
completo el trabajo está. 
Llevolo en la cruz y ya libre estoy; 
¡oh mi alma, bendice al Señor!

A pesar de las dificultades en la vida y de lo trágico de los acontecimientos, en su corazón había paz, no una paz como la que ofrece el mundo, falsa y pasajera sino la paz de Cristo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Esta paz es la que trae seguridad y una firme esperanza. Cristo, en la cruz, pagó el precio por nuestra paz: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). ¿Tienes usted paz?

Que viva por Cristo, y sólo por Él. 
Y si yo muriese, bien sé 
que no temeré, porque Cristo es fiel 
y mi alma en su paz guardará. 

Mas no es la muerte que espero, Señor; 
la tumba mi meta no es. 
Tu pronta venida, en tu tierno amor, 
esperando mi alma hoy está. 

Si oyeres a la voz del Espíritu Santo que te invita a venir a Cristo: “Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Isaías 48:18). Así es con aquel que confía en Jesucristo como Salvador, puede decir como el coro del himno:

Está bien. Está bien. 
Está bien con mi alma, está bien.

En cuanto a usted, mi amigo, ¿está bien con su alma, está bien?

Miguel Mosquera